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viernes, 7 de diciembre de 2012

Felipe muchas veces enfermó, pero 104 años vivió.

FELIPE

-Creo que vale la pena que te relate algo de mi suegro, porque fue un personaje único. Será un relato Incompleto porque tiene muchas otras anécdotas que apenas escuché. Eslabón perdido entre un tiempo que se fue y otro que no termina de llegar, Felipe fue como un libro abierto. Estoy seguro que te va a interesar por ese motivo y por otros.

-Siempre me dijeron que fue un tipo de salud muy endeble hasta que al final murió. Pero antes de eso hay varias anécdotas con sus enfermedades y sus permanentes malestares.

-Me cuenta mi esposa que Felipe andaba mal de aparato digestivo, y que sus pulmones siempre fue fuente de preocupaciones. No se bien que tenía porque todo está dentro de una nebulosa que nadie conocía en sus detalles ni el mismo Felipe. Una vez, se sentiría tan mal decidió ir a operarse (ni me preguntes de qué).  Entonces se fue desde Pigüé a La Plata solo, porque su mujer y los 3 pequeños, uno de ellos la que luego fue mi esposa, no podían acompañarlo. Dicen que el proceso fue complicado pero no sé más que eso. Creo que algo intestinal. Tan mal estaba que los medicos le dijeron que saque pasaje de ida solamente.

-La cuestión que su ida casi cortó el vínculo, pues en esa época ni existía la telefonía de larga distancia. Y no creo que haya habido cartas del iletrado a su familia. Pero Felipe apareció luego de operado en el Hospital Italiano, cuando ya casi ni lo esperaban, bien recuperado. No se cuanto paso en Buenos Aires con poco dinero solo y enfermo, pero ya tenía amplias esperiencias en vida de vagabundo.

-Se cuenta que una vez se internó en el hospital local en estado desesperante, tanto que ya andaba el cura del pueblo con su unción extrema. A la mañana siguiente mi suegra, llegó al hospital bien temprano: a las 5. El pobre esposo estaba tirado en una cama bajo el cuidado de una enfermera-monja, ya esperando un desenlace. Lucía -así se llamaba la heroica esposa- encuentra a la monja rezando. Esperanzada por su creencia le dice: -Tenga fe Lucía, mientras hay vida hay esperanzas.

-A los 4 o 5 dias ya andaba Felipe nuevamente con su carro vendiendo su mercadería por las calles de Pigüé. Se levantaba a las 5 de la mañana para regar su quinta. Si, claro que chupaba mucho frío, y era esa una causa por la que frecuentemente paraba su carro frente al hospital para hacerse revisar los pulmones. Les explicaba a los médicos que él no podía morir porque tenía su familia y su quinta que de ninguna manera podía abandonar. Por causas diversas se presentaba en el nosocomio de tanto en tanto dando su argumentación de que su vida pendía de un hilito.

-Le explicaba  a los médicos que estaba al borde de la muerte, pero morír no esa un lujo que podía darse. Pero ellos siempre le decían que estaba bien y le daban alguna medicina para que no molestara. Era la dicusión eterna y el tiempo probó que Felipe tenía la razón, porque finalmente murió hace poco en un geriático de Pigüé a los 104 años. Ya se podía dar el lujo.

-Iba al hospital público, pero igual, a su manera, reconocía el trabajo del médico. Felipe no confiaba en las acciones desinteresadas de la gente. Pensaba que “la platita” -conocida expresión de mi gran amigo-, movía no sólo al mundo, sino a las personas de su propio entorno. Por eso pensaba que aun en el Hospital Municipal los médicos ponían más interés en sus vecinos si sacaran algún beneficio. Y como en esa pequeña ciudad todos se conocían hasta en sus ubicaciones y domicilios, tarde o temprano Felipe pasaba con su conocido carro, por la casa del profesional a dejar una bolsa de arpillera con verduras.

-Lucía, su esposa y mi suegra, que siempre la vi saludable y muy laboriosa, murió como 25 años antes que Felipe. Cada uno saque sus conclusiones, aunque un solo caso no nos sirva para generalizar. De todas formas yo creo que la esperanza de vida no depende mucho de las visitas que uno haya hecho al médico, sino que, para hacer un pronóstico, se requiere un estudio detallado, que de todas formas nos puede decir sólo algo muy genérico.

-Hay tanto para decir de Felipe que uno no sabe por donde empezar. Yo lo conocí de unos 62 años. Lo vi por primera vez entrando a la quinta de unas 3 hectáreas donde vivían. Venía conduciendo a su fiel caballo, matungo. Este no era sólo el caballo que lo ayudaba, era un miembro más de la familia como una preciada mascota. Presencié toda su normal operatoria. La escena para mi era algo inusual pues siempre había vivido en Buenos Aires.

-Mis últimos recorridos durante años fueron entre la facultad y mi casa. Ya recibido, con 2 años trabajando en Bariloche seguía siendo un ignorante de todo lo agrario. Por ese motivo miré con mucha curiosidad el trabajo de quien iba a ser mi suegro. Me llamó la atención esa comunidad de dos que formaba Felipe con su noble y obediente ayudante, equino de ley: Lo separó prolijamente del carro y le quitó todo el equipo que hacía de vinculo entre el animal y el carro que tiraba. Ya libre, le dió agua en un balde, que el caballo bebió casi entero. Luego su abundante comida vejetariana.

-Esa comunidad se notaba  claramente en el armonioso recorrido de ventas de las verduras frescas de su quinta por todo el pueblo. Su rutina era sencilla: cosechaba lo que calculaba que iba a vender esa mañana, lo cargaba en su carro, luego amarraba su magnífico matungo al carro y salía a hacer recorrido diario a eso de las 9 de la mañana. A esa hora salía, pero se levantaba a las 5 por todas las tareas previas al recorrido. La quinta estaba a un costado del pueblo, del otro lado de la vía del ferrocarril.

-Felipe conducía su carro más allá del paso a nivel. Luego cargaba en su brazo su canasta para la venta y bajaba del carro tocando los timbres de los clientes. Esto significaba que con silvidos y voces conducía a su caballo por control remoto. Desde la vereda, Felipe le daba las órdenes de detenerse o avanzar y hasta de doblar. Una armonía perfecta salvo cuando se demoraba por culpa de alguna clienta exigente o charlatana. Entonces el noble animal parece que se cansaba de esperar y arrancaba su marcha en cualquier momento para continuar el recorrido.

-Más o menos a las 12 ya había agotado el stock y regresaban a la quinta que era el hogar de ambos. A esa hora en punto sonaba una sirena que hombre y caballo reconocían. Matungo había condicionado sus reflejos a ese sonido y ya no entendía razones ni controles remotos. Y si Felipe se demoraba, entonces él por su cuenta emprendía el camino de regreso que bien conocía. Un peligro, porque más de una vez el equino con su carro cruzó la vía de regreso apresurado por su recompensa en agua y comida.

-Felipe dió muchas vueltas por Argentina antes de estacionarse en el sur de la Provincia de Buenos Aires. Trabajó de lo que pudo, comió lo estricto, viajó en trenes de carga, y hasta llegó a dormir debajo de los puentes. Ahorró todo, no se como, durante más de 15 años. Visitando a algún paisano por los pagos de Pigué encontró una quinta que se vendía. Estaba en una zona inundable del otro lado de la estación. Contó sus ahorros -contar dinero era algo que hacía muy bien- y la compró: había realizado casi a los 40 años el sueño de su vida que era tener una tierra donde trabajar para si mismo.

-Era por fin, un hombre feliz, que tenía tierra suficiente, sus dos brazos y ganas de trabajar en lo que había visto hacer en su Italia natal: sembrar y cosechar. Su comida al menos estaba asegurada. Fue por más y pudo, de a poco, ir construyendo en SU quinta y dentro de ella, una casa muy modesta. Recién allí se animó a pensar en la niña que había visto en Italia y que era unos 10 o 12 años menor que él. Y la pidió por carta, no se como pero la pidió.

-Todavía eran los tiempos en que la gente sobraba en Europa. Por ejemplo, las semiáridas tierras del sur de Italia, no daban para más. Por esa misteriosa razón que todos conocemos, antes las mujeres, tenían 10 o 12 hijos. Por eso era una bendición ubicar a una hija en el nuevo mundo, con buenas esperanzas de sobrevida. La alternativa para la mayoría era triste en esas tierras saturadas de pobladores, ya con todos los rincones fértiles en producción. Por esa razón le mandaron a Lucía sin problemas. Ella tampoco tenía muchas alternativas que digamos. Así que ser transplantada al sur de una America todavía semi-desértica, con un Felipe bastante mayor que ella. Y Lucía vino a unirse con felipe de quién sólo había escuchado historias, pero seguramente para ella era un buena opción con alternativa esperanzada.

-Así que Felipe ahora había completado su periplo con chacra, casa y mujer!. Poco tiempo jmucho trabajo le llevó hacer del yuyal un verjel con molino y tanque australiano. Gallinas y un par de cerditos no le faltaron. Y hasta una vaca iba creciendo!!! Sin problemas para alimentarse ambos vivían en el mejor de los mundos. Tierra fértil y pródiga, con muchos paisanos para visitar, tampoco le faltó vida social. El colmo de los bienes fue que podía vender muy bien el excedente de su producción o permutarlos por otros productos que no tenían. Era ya hora de una familia en serio.

-Felipe ni sabía que era el último exponente de un sistema productivo que ya había terminado. Pero el continuaba haciendo, por ejemplo, dos filas de choclo, mientras que un poco más lejos otro productor sembraba sus 200 hectáreas con maíz. Matungo era el que lo ayudaba a hacer los surcos mientras el arrojaba las semillas. Ya las grandes máquinas reemplazaban el trabajo de muchos, tanto en la siembra como en la cosecha.

-Pero Felipe era un hombre feliz que trabajaba mucho. Con eso subsistía frente a la economía de escala. El dinero se iba juntando de a poco, vendiendo parte de su producción, pues casi toda la alimentación de la familia venía de la tierra y la vaca lechera. El mismo hacía el queso y la manteca. De a poco hubo otras necesidades que había aprendido a negociar intercambiando por sus productos. Puro trueque le llaman. Como su costumbre era vivir al milímetro, de tanto en tanto hacía parar a Matungo para preguntar el precio de alguna casa barata en venta en el pueblo. Así, a lo largo de los años, y casi sin darse cuenta había acumulado como 6 o 7.

-Luego te sigo contando, pero sacá tus conclusiones mientras yo saco las mías.

-La chacrita, granja o quinta unifamiliar, fue la manera de producir alimentos desde que el hombre se hizo sedentario. Tal vez el 70 u 85 % de la gente vivía de esa forma. A partir del maquinismo del siglo 19 y 20, las cosas fueron cambiando de a poco. Hoy día son menos del 5 % los trabajadores rurales. Depende de los países. Ese cambio es muy profundo y cambió todo en el ser humano. Hay mucho escrito sobre este tema y es conveniente tenerlo muy presente para comprender nuestra situación actual con respecto al pasado. En pocos años todo es diferente y comprenderlo bien significa ni más ni menos que saberse ubicar en el presente, para poder proyectar el futuro.
  
-Si te gustó, quedá atento porque la historia sigue.

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